Eso que llamamos tradición
Diferentes manifestaciones de la tradición
La tradición es una palabra que tiene un significado especial e incluso diferente para según y quién. Unas veces viene asociada a las costumbres y otra a la forma de pensar de las gentes, una tercera a la suma de las anteriores, otros la consideran como algo retrogrado o pasado de moda que hay que cambiar siendo la excusa para ese cambio la palabra progreso, así la cosa nos lleva del progreso al progresismo y los progresistas como una antítesis de la tradición, Hay que cambiar como sea, porque lo que existe, lo que existía no tiene ya validez, está obsoleto, hay que borrarlo de la memoria de la gente, olvidarlo. En ese lote suele ir incluido por supuesto la forma de pensar y como no lo mas importante, las creencias religiosas, como baluarte más poderoso de resistencia a la superación de las tradiciones.
Como lo ve la gente cuando se le pregunta sobre el tema, de manera muy diversa por supuesto, no se ponen de acuerdo ni lo tienen claro. Pero aun así la resistencia al cambio es lo que predomina, nos agarramos a la tradición porque lo desconocido nos da miedo y con lo conocido nos sentimos seguros, nos identificamos, son nuestras raíces, de dónde venimos, y es la componente emotiva, porque afecta a los sentimientos de identidad, a la tribu, la familia y a los lazos afectivos.
Por estas fechas la tradición nos invade, nos cerca y no nos deja mucho margen porque la cercanía de la Navidad empieza a pasarnos factura, como el remolino de un potente tornado nos engulle y poco es lo que queda en pie que no sea ella misma.
En mi familia la tradición por estas fechas se manifiesta de varias maneras y una de ellas sería la elaboración de algunos de los productos típicos de la repostería de estas fiestas. Y como ingrediente o componente tal vez más importante se podría considerar la almendra, la hemos cultivado y recolectado a lo largo de los siglos en los predios de la familia. Es una de las tradiciones familiares. Es curioso lo de la almendra, porque se ha asociado a la tradición judía del país que ha perdurado con ligeras variantes a través de los siglos en la repostería tradicional.
El caso es que nosotros estamos en esa situación de respuesta a las fechas y tocaba la elaboración de uno de los emblemáticos productos regionales y por supuesto familiar cuyo ingrediente base es la almendra: el cordial.
Y para elaborarlo hay que partir de la almendra, y si se quiere afinar aún más podemos elegir hasta la variedad que vamos a utilizar, porque no es lo mismo emplear una “colorá”, una fina, una” marcona”, o una “cartagenera” o incluso una “mollar”. Variedades hay donde elegir y este año le ha tocado a la “mollar”, pero cuidado que no se trata de una mollar cualquiera, el almendro de donde procede está incrustado en la parte posterior del antiguo granero, nadie recuerda cómo nació allí en la misma pared de mampostería orientado al norte, sus raíces se extienden por debajo del pavimento actual y justo por encima de la lastra de piedra que tiene continuidad con la antigua era y con la loma adyacente. Bebe y se alimenta de esa franja o nicho subterráneo, florece todas las primaveras en una hermosa floración de rosa intenso que marca un contraste con el gris del mortero de cal que recubre la pared, de las tejas del tejado sobre el que se extienden sus ramas y del verdín del musgo del suelo, extrae la quintaesencia del subsuelo, y como el almendro único que es, y da una calidad extraordinaria por su sabor delicado e intenso, por la cascara suave, blanda y frágil tan permeable que casi a penas la protege. Yo creo que sus rojas raíces llegan hasta la misma casa y que de alguna manera es como de la familia y que ha compartido los secretos sentimientos, los sueños y los vagos recuerdos que flotan en el misterio de la tierra fértil, el misterio de la vida vegetal, que forma una sola cosa con la vida misma, un corazón que palpita, que no piensa pero organiza y se extiende en esa extraña parcela subterránea y lucha denodadamente por sobrevivir, buscando la humedad en los abrasadores meses del verano y dar lo mejor de sí mismo en esa cosecha siempre abundante de todos los meses de agosto, como muestra de agradecimiento por permitirle vivir en el límite de lo posible y al mismo tiempo bordeando lo imposible, porque a más sufrimiento por sacar adelante la cosecha, más se nota la quintaesencia del fruto que se traduce en la calidad del gusto.
De esa materia prima, de esa almendra vamos a partir este año para elaborar los cordiales. Y ahí estaba yo absorto en la cocina con todos mis artilugios partiendo la almendra, dosificando la fuerza del golpe, con cariño se podría decir, con suavidad, para no romper el gajo. Estaban mis nietas correteando por la casa y se acerca la pequeña curiosa, “papi” que haces? pregunta ella, pues eso le contesto yo, partiendo almendra para que la” mami” haga los cordiales. Mira, le digo, si me quieres ayudar yo las voy partiendo y tú vas separando los gajos de la cascara y los echas al plato, ni corta ni perezosa se pone a la tarea muy seria y formal separando con sus deditos los gajos de la cascara, si alguna no puedes sacar el gajo me la vuelves a dar para repasarla y terminar de romper la cascara, le vuelvo a decir. Y así seguimos, no aguantará mucho, pensaba yo, se cansará y se ira a jugar con su hermana. Pero no, la niña seguía centrada en su tarea, limpiando la almendra partida y echándola al plato, de cuando en cuando me daba la almendra que se resistía a ser descascarada. Yo la observaba y veía que su interés no decaía y al final me tuve que rendir a la evidencia, se lo había tomado en serio y su trabajo no cesaba, de vez en cuando cruzábamos una mirada de complicidad y seguimos en la tarea. Pensé yo para mis adentros yo recordaba que de niño también me había interesado por el tema y había empezado a ayudar a mi madre, posteriormente y todos los años mientras que pude la ayudaba en esa tarea.
Y de pronto lo veía claro, la niña de la forma más natural había asumido su papel, se había integrado en esa tarea que de padres a hijos, o de abuelos a nietos formaban parte de los hábitos de la familia, el de asumir las costumbres, las tareas que nos han marcado en el tiempo, los hábitos que marcan la tradición en una cosa aparentemente sin importancia, pero que tienen un significado que trasciende, porque deja claro de dónde venimos, tiene relación directa con nuestra ascendencia y también y muy mucho con nuestra descendencia, ese hilo conductor , esa fuerza interior que lo mueve, ese nervio, es la tradición, la forma genuina de trasmitir lo que sabemos, la cultura que hemos mamado, a nuestros descendientes, desde la misma niñez, y eso nos va a marcar por siempre, estará en nuestros recuerdos, formará parte de nuestra memoria, e irá indisolublemente unida a nuestro quehacer y sentir, formará parte por siempre de nuestro ser. Estaremos más preparados para afrontar con éxito las vicisitudes de la vida, porque siempre tendremos una referencia, un anclaje, una seguridad. Somos lo que somos porque sabemos de dónde venimos, y elijamos el camino que elijamos tendremos la seguridad de que lo podemos conseguir. Los valores que hemos acumulado serán siempre nuestra fuerza.
Habíamos partido todas las almendras que había que partir, habíamos separado los gajos de la cascara, estábamos satisfechos porque la tarea se había llevado a cabo en tiempo y forma, recogimos los bártulos y nos fuimos a descansar que nos lo habíamos ganado.
Las historias se desarrollan de forma natural y las enseñanzas de las mismas surgen casi sin darnos cuenta. La tradición nos sale al encuentro y nos dice que no tenemos que buscarla, que está ahí y forma parte de nuestra vida cotidiana, en ese acto tan sencillo, en esa tarea en familia, que ha sido el partir la almendra para los cordiales.
Murcia, 20 de diciembre de 2019