Archivo mensual: diciembre 2019

Eso que llamamos tradición…

Eso que llamamos tradición

 

Almendro en flor enero de 2018Guiso de pavo con pelotasCementerio de Séte- cruces de hierro IMG_1266

Diferentes manifestaciones de la tradición

 

La tradición es una palabra  que tiene un  significado especial e incluso diferente para según y quién. Unas veces viene asociada a las costumbres y otra a la forma de pensar de las gentes, una tercera a la suma de las anteriores, otros la consideran  como algo retrogrado o pasado de moda que hay que cambiar siendo la excusa para ese cambio la palabra progreso, así la cosa nos lleva del progreso al progresismo y los progresistas  como una antítesis de la tradición, Hay que cambiar como sea, porque lo que existe, lo que existía no tiene ya validez, está obsoleto, hay que borrarlo de la memoria de la gente, olvidarlo. En ese lote suele ir  incluido por supuesto la forma de pensar y como no lo mas importante, las creencias religiosas, como baluarte más poderoso de resistencia a la superación de las tradiciones.

Como lo ve la gente cuando se le pregunta sobre el tema, de manera muy diversa por supuesto, no se ponen de acuerdo ni lo tienen claro. Pero aun así la resistencia al cambio es lo que predomina, nos agarramos a la tradición porque lo desconocido nos da miedo y con lo conocido nos sentimos seguros, nos identificamos, son nuestras raíces,  de dónde venimos, y es la componente emotiva, porque afecta a los sentimientos de identidad, a la tribu, la familia y a los lazos afectivos.

 

Por estas fechas la tradición nos invade, nos cerca y no nos deja mucho margen porque la cercanía de la Navidad empieza a pasarnos factura, como el remolino de un potente tornado nos engulle y poco es lo que queda en pie que no sea ella misma.

 

En mi familia la tradición por estas fechas se manifiesta de varias maneras y una de ellas sería la elaboración de algunos de los productos típicos de la repostería  de estas fiestas. Y como ingrediente o componente tal vez más importante se podría considerar la almendra, la hemos cultivado y recolectado a lo largo de los siglos en los predios de la familia. Es una de las tradiciones familiares. Es curioso lo de la almendra, porque se ha asociado a la tradición judía del país que ha perdurado con ligeras variantes a través de los siglos en la repostería tradicional.

 

El caso  es que nosotros estamos en esa situación de respuesta a las fechas y tocaba la elaboración de uno de los emblemáticos productos regionales y por supuesto familiar cuyo ingrediente base es la almendra: el cordial.

 

Y para elaborarlo hay que partir de la almendra, y si se quiere afinar aún más podemos elegir hasta la variedad que vamos a utilizar, porque no es lo mismo emplear una “colorá”, una fina, una” marcona”, o una “cartagenera” o incluso una “mollar”. Variedades hay donde elegir y este año le ha tocado a la “mollar”, pero cuidado que no se trata de una mollar cualquiera, el almendro de donde  procede está incrustado en la parte posterior del antiguo granero, nadie recuerda cómo nació allí en la misma pared de mampostería orientado al norte, sus raíces se extienden por debajo del pavimento actual y justo por encima de la lastra de piedra que tiene continuidad con la antigua era y con la loma adyacente. Bebe y se alimenta de esa franja o nicho subterráneo, florece todas las primaveras en una hermosa floración de rosa intenso que marca un contraste con el gris del mortero de cal que recubre la pared, de las tejas del tejado sobre el que se extienden sus ramas y del verdín del musgo del suelo, extrae la quintaesencia del subsuelo, y como el almendro único que es, y da una calidad extraordinaria  por su sabor delicado e intenso, por la cascara suave, blanda y frágil tan permeable que casi a penas la protege. Yo creo que sus rojas raíces llegan hasta la misma casa y que de alguna manera es como de la familia y que ha compartido los secretos sentimientos, los sueños y los vagos recuerdos que flotan en el misterio de la tierra fértil, el misterio de la vida vegetal, que  forma una sola cosa con la vida misma, un corazón que palpita, que no piensa pero organiza y se extiende en esa extraña parcela subterránea y lucha  denodadamente por sobrevivir, buscando la humedad en los abrasadores meses del verano y dar lo mejor de sí mismo en esa cosecha siempre abundante de todos los meses de agosto, como muestra de agradecimiento por permitirle vivir en el límite de lo posible y al mismo tiempo bordeando  lo imposible, porque a más sufrimiento por sacar adelante la cosecha, más se nota la quintaesencia  del fruto que se traduce en la calidad del gusto.

 

De esa materia prima, de esa almendra vamos a partir este año para elaborar los cordiales. Y ahí estaba yo absorto en la cocina con todos mis artilugios partiendo la almendra, dosificando la fuerza del golpe, con cariño se podría decir, con suavidad,  para no romper el gajo. Estaban mis nietas correteando por la casa y se acerca la pequeña curiosa, “papi”  que haces? pregunta ella, pues eso le contesto yo, partiendo almendra para que la” mami” haga los cordiales. Mira, le digo, si me quieres ayudar yo las voy partiendo y tú vas separando los gajos de la cascara y los echas al plato, ni corta ni perezosa se pone a la tarea muy seria y formal separando con sus deditos los gajos de la cascara, si alguna no puedes sacar el gajo me la vuelves a dar para repasarla y terminar de romper la cascara, le vuelvo a decir. Y así seguimos, no aguantará mucho, pensaba yo, se cansará y se ira a jugar con su hermana. Pero no, la niña seguía centrada en su tarea,  limpiando la almendra partida y echándola al plato, de cuando en cuando me daba la  almendra que se resistía a ser descascarada. Yo la observaba y veía que su interés no decaía y al final me tuve que rendir a la evidencia, se lo había tomado en serio y su trabajo no cesaba, de vez en cuando cruzábamos una mirada de complicidad y seguimos en la tarea. Pensé  yo para mis adentros yo recordaba que de niño también me había interesado por el tema y había empezado a ayudar a mi madre, posteriormente y todos los años mientras que pude la ayudaba en esa tarea.

 

Y de pronto lo veía claro, la niña de la forma más natural había asumido su papel, se había integrado en esa tarea que de padres a hijos, o de abuelos a nietos formaban  parte de los hábitos de la familia, el de asumir las costumbres, las tareas que nos han marcado en el tiempo, los hábitos que marcan la tradición en una cosa aparentemente sin importancia, pero que tienen un significado que trasciende, porque deja claro de dónde venimos, tiene relación directa con nuestra ascendencia y también y muy mucho con nuestra descendencia, ese hilo conductor , esa fuerza interior que lo mueve, ese nervio, es la tradición, la forma genuina de trasmitir lo que sabemos, la cultura que hemos mamado, a nuestros descendientes, desde la misma niñez, y eso nos va a marcar por siempre, estará en nuestros recuerdos, formará parte de nuestra memoria, e irá indisolublemente unida a nuestro quehacer y sentir, formará parte por siempre de nuestro ser. Estaremos más preparados para afrontar  con éxito las vicisitudes de la vida, porque siempre tendremos una referencia, un anclaje, una seguridad. Somos lo que somos porque sabemos de dónde  venimos, y elijamos el camino que elijamos tendremos la seguridad de que lo podemos conseguir. Los valores que hemos acumulado serán siempre nuestra fuerza.

 

Habíamos partido todas las almendras que había que partir, habíamos separado los gajos de la cascara, estábamos satisfechos porque  la tarea se había llevado a cabo en tiempo y forma, recogimos los bártulos y nos fuimos a descansar que nos lo habíamos ganado.

 

Las historias se desarrollan de forma natural y las enseñanzas de las mismas surgen casi sin darnos cuenta. La tradición nos sale al encuentro y nos dice que no tenemos que buscarla, que está ahí y forma parte de nuestra vida cotidiana,  en ese acto tan sencillo, en esa tarea en familia, que ha sido el partir la almendra para los cordiales.

 

 

Murcia, 20 de diciembre de 2019

 

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La Juana

LA JUANA…

Historias curiosas del mercado…

  

 

Está visto que el mercado de los jueves da mucho de sí, siempre salta la anécdota y la historia, y no es que yo vaya con frecuencia al mismo, ni con ánimo de buscar historias que contar, pero las cosas, los acontecimientos tienen como una secuencia especial y simplemente suceden, concurren una serie de coincidencias o circunstancias que desencadenan  lo sorprendente, lo que por un momento te deja descolocado, que por inesperado y novedoso del tema,   quedas  atrapado  sin darte cuenta en ese mundillo especial que rodea al abigarrado y multicolor mercado con sus personajes y personajillos, con sus picaros y trapisondistas, donde los actores, los protagonistas son la misma gente del barrio donde se desarrolla la escena, porque estamos en la Fama y sus aledaños.

 

 Y hablando de escenas y escenario parece como esos temas de película en que todos los personajes están  paralizados hasta que suena la palabra acción, y la escena cobra vida, y todos,  los unos y los otros se mueven en direcciones diferentes buscando cada uno su hueco y su función para que la toma sea vívida y fresca reflejando la diversidad de situaciones, los gritos de los mercaderes, ofreciendo mercancía, las ofertas de dos por uno, las ropas, los restos de liquidaciones de tiendas y marcas, sobre montones desordenados y mezclados, el calzado, el menaje, los manteles, cojines y alfombras y como no las verduras, la fruta, los embutidos y los encurtidos, que ni el mismísimo mercado o zoco de Marraquex o de Bagdad podrían dar de sí tanta variedad y color como el murciano. Ese es el clima y el ambiente que se vive en el mercado.

 

Así que hoy con la excusa que tenía que cambiar un pantalón de pana que me había mercado hace dos semanas (que sí, que sí, que también soy capaz de comprarme ropa en el mercado, que no tengo ningún tipo de prejuicio sobre eso) me internaba en el trafago del mercado de los jueves justo a la altura de la calle que está frente a la pasarela de Vistabella. Cambiaba el pantalón, y me dirigía a la cercana plaza de abastos, sorteando como buenamente podía los peligrosos carritos de  la compra, y los otros carros móviles con diversas mercancías con mantas polares en un carro de supermercado, otro carro más alargado con diferentes verduras, ajos tiernos, cebollas frescas, rabanitos, y apio. En ese momento  habían sonado los móviles, surgía un rumor y un revuelo entre las vendedores ambulantes que se movían con los carritos, alcanzaba a oírlos perfectamente, con tono alarmado se oía la frase: la Juana! Que viene la Juana! Rápidos que viene la Juana! con una expresión de preocupación los carros y carritos móviles de los vendedores ambulantes se replegaban rápidamente sobre las calles transversales que desembocaban en el trayecto principal del mercado, se mimetizaban intentando pasar lo más desapercibidos posible, mudos y quietos, como si de camaleones se tratara. Era la primera vez que me pasaba, que era testigo de este suceso, que por lo que podía ver era bastante frecuente, vamos que se daba todos los jueves sin la menor duda, estaba intrigado y sorprendido, aunque no me extrañaba tanto. Entré en la plaza en busca de lo que me habían encargado para la comida del día, desayuné en una de los bares cafetería de la misma, eché una ojeada a la prensa local y cuando salí de nuevo a la calle la situación parecía haberse normalizado, los carros de vendedores ambulantes(los sin papeles) habían recuperado la posición anterior y se aplicaban en vender la mercancía que llevaban, quería comprar unos rabanitos para acompañar la comida y me acerqué al carro que los había visto anteriormente, y como el que no quiere la cosa le pregunté al vendedor- un señor bajito con grandes mostachos canosos y mirada de ardilla -, ¿ha pasado ya la Juana?  Sí, ya pasó –con alivio-, fue la respuesta con una mirada socarrona. Pero supongo que la Juana irá camuflada, de paisano quiero decir, insistí yo. Sí, sí, va camuflada pero es igual porque la conocemos bien y en cuando la detectamos,  saltan las alarmas y nos avisamos entre nosotros y entonces los que tenemos que camuflarnos somos nosotros. Se trata entonces de pasar desapercibidos.

 

Yo me imaginaba a la Juana como una señora de mediana edad y entrada en carnes, pelo recogido en una coleta y mirada inquisidora y severa, que abarcaba con una sola mirada el entorno suspicaz y desconfiado de aquellos que no cumplían y escapaban a la ordenanza municipal del mercado, de los que están con un pie más allí que aquí, bordeando la ley. Pero sabiendo, eso sí, que nunca podría controlar lo incontrolable, y que ese juego de todos los jueves, el del ratón y el gato, lo tenía perdido de antemano.  

 

La tormenta había pasado, había descargado un ligero pedrisco pero los daños habían sido mínimos, la vida continuaba con sus contradicciones  y la gente del mercado seguía en sus rutinas y triquiñuelas, con sus atajos para afrontar la dura realidad que muchas veces roza la marginalidad, echándole  imaginación y buen humor. Y se oía el voceo de siempre, pregonando: a euro a euro, dos calcetines por un euro!

 

Nosotros incautos que nos reímos y nos consideramos a salvo deberíamos reconsiderar la cosa y replantearnos nuestra actitud, porque tal vez, muy pronto, tengamos que ponernos a salvo, con el premonitorio grito de aviso: ¡la Juana, la Juana! que viene la Juana! Sálvese quien pueda!!

 

Advertidos quedáis!

 

 

Murcia, 12 de diciembre de 2019

 

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El rayo que no cesa…

EL RAYO QUE NO CESA…

 

 

Ciudad de la Justicia Murcia-Ronda Sur

 

 

Me  ha  venido así, de pronto, como una asociación de ideas aunque nada tenga que ver con el título de la obra original conocida -que me perdone el poeta-, pero he decidido no cambiarlo, no se trata de un plagio ni muchísimo menos, sino de una pura coincidencia y como tal me vais a permitir utilizarlo en esta ocasión, esto es como una pulsión, aunque sea por una vez, y excepcionalmente porque la cosa se ajusta como anillo al dedo a las circunstancias del caso.

 

Y porqué,  os preguntaréis, pues mismamente por eso, porque todas las tardes el dichoso rayo se me mete en mi salón sin pedir permiso siquiera, como si dijera aquí estoy yo, nadie se atreva a detenerme ni a controlarme, si, si ya sé que estamos hablando del poderosísimo Sol , pero este no deja de ser un pequeño hijuelo del primero, vamos una minucia, si a eso vamos, una verdadera insignificancia, y además es que viene rebotado de ese edificio de cristal que tengo  delante justo al otro lado de la ronda de la ciudad con una de sus fachadas orientada hacia el poniente, un espejo, un potente reflector.

 

 A determinada hora, a la caída de la tarde, y cuando el sol en su recorrido empieza a ponerse y alcanza esa altura, los rayos inciden en la parte alta de la superficie de la fachada, en su última planta para ser precisos y durante el corto recorrido que va desde esa altura hasta que desaparece del horizonte sus rayos van evolucionando al compás mismo de esa evolución, tenuemente al principio, con inusitada potencia más adelante que parece como si se nos aplicara el tercer grado para que confesemos hasta lo inconfesable, porque los rayos cegadores nos deslumbran y no nos dejan ver más allá de nuestras narices, y si acaso, se podría vislumbrar algo más sería lo inalcanzable,  lo que está al otro lado, en esa otra dimensión, tan potentes son.

 

Y en esos últimos minutos, en esos últimos segundos la escenografía y las  luces van cambiando,  y se produce el milagro de un nuevo amanecer, y en su zenit un potente chorro de luz entra por la puerta acristalada de mi salón   Tenuemente al principio como el que no quiere la cosa, arrollador y deslumbrante después.

 

Poco a poco los rayos cambian de color se atenúa su intensidad, un tono rojizo predomina y después de varios destellos súbitamente dejan de reflejarse en la superficie acristalada del edificio, la luz empieza a retirarse lentamente, los contornos firmes y precisos de la fachada empiezan a diluirse, las sombras y el gris acerado del edificio se ponen de manifiesto por unos minutos confundiéndose con el cielo que se va oscureciendo progresivamente. La planta superior del edificio empieza a difuminarse, las sombras avanzan y los contornos asemejan una nube gris que se pierde en la noche.

 

Una y otra vez el fenómeno se repite, todas las tardes sin tregua y cuando quieres darte cuenta esto te va  marcando, te señala y te manda un mensaje, sabes que va a pasar, que se va a repetir aunque nunca es igual, las sombras, las nubes, las luces irán variando al paso de los días, de las semanas y los meses. Sabes lo que va a suceder y lo esperas, y si tarda lo echas de menos.

 

Somos seres de costumbres, y esos rayos de sol que me acompañan al caer la tarde ya forman parte de mi anodina existencia, despiertan mi atención, han encontrado un hueco en mi vida con  un sentimiento de dependencia como  un reflejo de la belleza del mundo que nos rodea y que tantas veces  nos pasa desapercibido, y por unos minutos me siento transportado a ese otro mundo, al mundo imaginado y misterioso de la ilusión.

 

 

Murcia, 8 de diciembre de 2019

Y como siempre mordiendo la madrugada.

 

 

 

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La antigua fotografía…

El poder de  esa foto olvidada…

 

 

Arco de Camachos 1925

Arco de Camachos en Murcia (1925-1928)

 

Muchas veces nuestra vida, los recuerdos, las vivencias más queridas y con las que nos identificamos una y otra vez están detrás de un fotografía, de una fotografía  antigua casi siempre, de esa foto que nos emociona y nos retrotrae a la infancia o a la adolescencia, estamos anclados y atados con fuerza a esa imagen que el tiempo ha ensombrecido con la patina que da el paso del tiempo, ese color marfileño que la baña, esos reflejos dorados o desvaídos que le dan un aura especial, ensoñadora y mágica a la vez, esos bordes desgastados que delimitan un espacio determinado, en un tiempo determinado y son consecuencia de un acontecimiento igualmente determinado, la excusa, las circunstancias que la hicieron posible, lo que llamamos el contexto forman parte de la historia de la fotos, y también de las vicisitudes y supervivencia de la mismas, que nos hace ser conscientes de su fragilidad.

 

A veces  esas mismas fotos han estado desaparecidas o simplemente han sido ignoradas u olvidadas, y cuando aparecen en el fondo de un cajón o en una caja de zapatos que ni sabíamos que existía, nos cuenta trabajo reconocer las fisonomías de los miembros de la familia, de los antiguos compañeros del colegio o del instituto, tantos años han pasado ya que hemos olvidado las antiguas facciones, los rostros queridos y las voces que las animaban.

 

Una fecha por detrás, una música, el autor de la fotos, cualquiera de estas cosas puede desencadenar y aclarar la cosa, porque las fotos antiguas indudablemente están rodeadas, impregnadas de un inequívoco aire de misterio, con su implícito mensaje, es como un halo intangible que las empapa y deja su marca, como un imperceptible perfume de otros años, como ese jabón casero que guardamos entre la ropa, o tal vez de una ramita seca de albahaca o de hierbabuena entre las páginas de un libro.

 

Todo eso y mucho más es lo que puede desencadenar una foto antigua, porque esa foto es un resorte, una ballesta que lanza su dardo al corazón mismo, fuera de toda racionalidad, la llave que abre o desencadena los recuerdos, un arma terriblemente efectiva por su mensaje que altera fuertemente todo lo afectivo, pues a través de esos recuerdos, siguen fluyendo con muchísima más fuerza en el mundo actual que lo pudo hacer nunca en sus inicios cuando fue tomada. Y todo nuestro presente pivotará emocionalmente y en gran parte alrededor de esas nuevas circunstancias y condiciones.

 

Y su contemplación nos hará volver una y otra vez a ese pasado que queremos rememorar, pero eso no será tan sencillo, ni en el espacio, ni en el tiempo, ni en la realidad misma, porque los recuerdos reverdecidos siempre son más poderosos que la cotidiana rutina del presente y casi nunca se ajustarán a la antigua y genuina realidad, pues estarán distorsionados por el paso del tiempo. Nos estaremos viendo con una perspectiva de lo somos ahora, y no de lo que realmente fuimos en el pasado.

 

Al fin y al cabo estaremos hablando de una misma imagen en dos mundos diferentes, una instantánea del pasado con unas circunstancias concretas que la rodeaban, y una visión actual  con  una perspectiva desde el punto de vista del presente con sus condicionantes. Y lo que aparentemente podría parecer igual, no lo es, ni lo será nunca en absoluto, porque esa visión necesariamente estará deformada o corregida por el factor tiempo, el tiempo transcurrido, sus secuelas. Y aunque lo intentemos una y otra vez nunca jamás conseguiremos revivir el pasado tal como lo vivimos en su momento. Vana ilusión.

 

 

 Murcia, 2 de diciembre de 2019

 

 

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