Archivo mensual: noviembre 2021

De cementerios…

De cementerios…

Cementerio de Séte

En esta época y como todos los años el tiempo parece precipitarse y el mundo parece acortarse al compás de los días, frío, acotado y estrecho, esa es la sensación indefinible que percibes al caer la tarde en que se precipitan y brillan los últimos rayos de sol.


La naturaleza cambia, la sabia se repliega, las hojas amarillean y caen y los arboles se toman el descanso merecido, es el otoño imperturbable que nos ha alcanzado otro año más.


Pero nosotros tenemos que seguir, noviembre ya está aquí a las puertas, hemos visitado los cementerios, los hemos acicalado, limpiado las tumbas y los panteones, sacado brillo a los cristales, restaurados y pintados con esmero y nos hemos ido encontrando con familiares y conocidos de las antiguas familias del pueblo y alrededores, del campo circundante, esas familias con las que mantuvimos contacto durante nuestra niñez y adolescencia, esos contactos que fueron espaciándose poco a poco, conforme se iban desvaneciendo, desapareciendo los familiares que nos servían de nexo de unión, los abuelos primero, los tíos después e incluso los primos y conocidos que se fueron dispersando al ritmo marcado por la vida y por la misma muerte.


Es cierto, que la fisonomía del cementerio ha cambiado en los últimos años, se han ampliado y mejorado todas las instalaciones y dónde antes predominaban las tumbas ahora proliferan los panteones, los albañiles atareados repasan los últimos detalles y las primeras flores empiezan a llegar, alegrando el pétreo lugar desplegando su aroma y colorido: crisantemos, lirios, azucenas, gladiolos, claveles y rosas empiezan a adornar las tumbas y los altares de los panteones, humean las lamparillas en blanco y rojo con estampas de vírgenes y cristos y un cierto olor a saumerio y a cera quemada se difumina tenue e insidiosa por el lugar.


Y en eso estábamos dos días antes de Todos los Santos, paseando y saludando aquí y allá, curioseando y comentando como habían quedado después de las reformas o bien lo abandonados que estaban algunos de ellos, preguntándonos con curiosidad e inquietud que habría podido pasar con los dueños de los que hacía tanto tiempo que no teníamos noticias, o simplemente porque nunca habíamos conocido a la familia propietaria, que incluso los mismos letreros y placas de identificación habían desaparecido con la degradación de la fábrica con el paso de los años. Por que es verdad que estos ajetreados días damos rienda suelta a lo más humano que nos caracteriza, por nuestro espíritu gregario y por las relaciones sociales, a tener noticias de los demás y que con seguridad, y la mayoría de las veces es así, no nos hemos visto durante el resto del año, es decir a ver y ser vistos, y a cotillear en fin.


Pero es la costumbre, es la tradición, en estos días previos a la festividad, lo que mantiene aún vivos esos lazos de amistades antiguas, de recuerdos, de los núcleos de las antiguas familias que han ido desapareciendo en el transcurso de los años y que perviven en la memoria. De sus historias, de las leyendas, de los cuentos y las hazañas, de las miserias y maldades, de las luchas y enfrentamientos, de las muertes y catástrofes de todo aquello por lo que pasaron esas familias, de lo que viví y de lo que mi madre me contó: los sin nombre y los nombrados, los más cercanos a nosotros, como los Lorentes, los Cánovas, los López, los Pérez, los Espín, los Galianes, los Sánchez, los Bastida, los Buendía, los Meseguer, los Peñalver, los Vera y tantos y tantos otros que ahora no me vienen a la memoria, siempre renuente cuando le pido el esfuerzo de recordar.


Este es el tiempo en que todo se atenúa y se olvidan las diferencias, los antiguos rencores, las luchas y las envidias, cuando se hace tabla rasa, cuando acudimos a recordar a los que se fueron, cuando es tiempo de rezar y perdonar.


En esas cosas iba pensando cuando oí una voz que me decía de lejos : A tí te conozco yo!


Una mujer de luto riguroso, de ese luto que solo se ve en los pueblos entre la gente mayor, avanzaba con dificultad por el pasillo central del cementerio, encorvada y apoyándose en sus bastones, levantó la mirada y más la voz por si acaso no la había oído, Sí, sí..te conozco!


Intrigado no tanto por lo que decía si no por como lo decía,- denotaba conocimiento y familiaridad- me acerqué a la buena señora que me recibió con una sonrisa, parecía alegrarse de verme, y observándome desde abajo – me abarcaba con una mirada tersa y profunda que parecía venir de la noche de los tiempos, con unos ojos bellísimos aún a pesar de la edad- de un intenso azul de mar, de aguas cristalinas y profundas brillaban en contraste con un rostro blanquísimo pero apergaminado y surcado por un miríada de arrugas.


No me conoces verdad, no te acuerdas de mí, preguntaba inquisidora. Buceaba yo en esos ojos buscando los perdidos recuerdos cuando saltó una chispa clarificadora, ya está, me dije, no puede ser otra persona que ella, vagamente empiezo a recordar, eran los años cincuenta, primeros de los años cincuenta, cincuenta y tres o cincuenta y cuatro como máximo, debería tener yo por entonces cinco años o así, vivíamos todavía en el La Puebla y recuerdo que alguna vez mi tía(mi madrina) iba a ver sus padres(mis abuelos maternos) en el coche de línea e incluso a veces en bicicleta y me llevaba con ella para ver a mis abuelos que vivían en Los Palacios, sito en el Paraje y caserío de los Mesegueres en Los Martínez del Puerto, tanto si íbamos en bicicleta (por Valderas) como si íbamos en autobús(por los Pérez) teníamos que pasar necesariamente por Los Mesegueres pues los caminos confluían allí , eran familia de la familia, primas de su prima. Los Lorentes, las hijas del Tío Francisco Lorente, hermano del marido de una tía de mi madre. Por esos años en el caserío casi todos estaban emparentados.


Pues bien estas chicas, pues entonces eran jovencitas, nada mas vernos salían a recibirnos y no veas como me trababan, me besuqueaban y me cogían en brazos, haciéndome arrumacos y carantoñas, y si había algo que odiaba por aquel entonces era precisamente eso. Tan es así que en alguno de esos desplazamientos, que no recuerdo yo que fueran muchos, era capaz de rodear las casas para eludir semejante y atosigador trato. Lo del besuqueo es que no lo soportaba.


Sí era ella una de las dos hermanas, la más atractiva eso sí, pues aunque pequeño y todo, esas cosas era capaz de distinguirlas, y eran esos hermosos ojos azules, aunque parezca imposible, los que recordaba todavía, que por lo que se ve quedaron grabados allí en las profundidades, y que allí yacían incólumes desde tan temprana edad, hasta el otro día.


Y saliendo de mi momentáneo ensimismamiento le comenté, pues sí que te conozco, aunque no te lo creas, tú eres una de las dos hermanas Lorente de los Mesegueres, lo que no te puede decir con certeza es el nombre, o eres Maruja o eres…


Pura!, soy Pura.


Sí era Pura, solo podía ser Pura, el nombre encajaba perfectamente con la intensa mirada azul, azul de mar, límpido y puro. Era la chica- la joven a la que gustaban tanto los niños- que yo conocí hace ya tantos años en Los Mesegueres, cuando solo era un niño pequeño arropado por mi madrina.


Y prácticamente desde entonces nuestros caminos no se habían vuelto a cruzar. Ella me comentó que el luto era por su marido que había fallecido hacía un par de años, yo le comenté que mi madre había fallecido hacía cuatro años. Hablamos de muerte que era lo que tocaba por la fecha y el lugar, y hablamos de vida que más poca que mucha era lo que teníamos por delante. Y deseándonos lo mejor, nos dimos los pésames y nos abrazamos, cada uno en su mente la imagen de aquellos recuerdos, tan lejanos pero tan intensos, que el tiempo no había sido capaz de borrar.

Abandoné el cementerio con una sensación agridulce, en parte triste por que tal vez sería la última vez que nos viéramos, y por otro lado contento porque había recuperado un antiguo recuerdo de mi niñez que creía perdido para siempre.

Los Martínez del Puerto-Murcia, 3 de noviembre de 2021

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