Archivo mensual: enero 2020

Por los caminos de Francia(I)…

POR LOS CAMINOS DE FRANCIA (I)

Par les Chemins de la France (1)

La subida a Tanneron…

 

Ruta de la Mimosa- Tanneron

 

 

Teníamos que subir,  era algo inevitable estábamos invitados a comer en casa de un sobrino de mi mujer, y para  que os deis una ligera idea del contexto que nos desembolvemos,  estamos en  el departamento francés de Los Alpes Marítimos- el equivalente a nuestras  provincias-, dónde  las últimas estribaciones de los Alpes se precipitan al mar en una serie macizos  que progresivamente van disminuyendo de altura desde las cumbres nevadas que se perfilan al fondo y hacia norte, hasta las azules aguas de las playas de la costa mediterránea , ese espacio  que conforma la única, “chic”, famosísima  y superpoblada Costa Azul francesa.

 

Pues bien, precisamente a dónde  estábamos invitados  está en lo alto de uno de esos macizos, el de Tanneron,  “donde crecen las mimosas”, – el mayor bosque de mimosas de toda Europa-. Y decir mimosas en la Costa Azul es hablar de un paisaje salvaje con bosques silvestres y cultivados de mimosas que crecen en las laderas y cumbres de estos macizos, una explosión de hermosos  y sugerentes ramilletes amarillos con ese suave perfume insólito que los envuelve.

 

Aquí estamos, es un día especial, el día de Navidad, es un día frío y soleado que se diferencia poco de la tierra que venimos, algo de más frío si acaso. Hemos salido de Pegomás bordeando el riachuelo La Moucheronne  con sus aguas claras que desciende saltarín de los bosques de Grasse,  hemos dejado atrás la redonda  del elefante ¿pasarían acaso por aquí los elefantes de Aníbal? , dejamos a la derecha la carretera hacia Grasse y girando a la izquierda tomábamos el camino de le Moulin Vieux subiendo ya hacia el pueblecito medieval de Auribeau – sur- Siagne,- que domina el camino desde el espolón rocoso que se alza -atacando las empinadas rampas del macizo de Tanneron por el este. Por un momento me vi a mi mismo como si fuera un espectador del Tour subiendo por las rampas del Tourmalet, solo que esta vez  parecía ser el protagonista y no el espectador.

 

Cruzamos el puente sobre La Siagne, abajo en una hermosa estampa, el río discurría agitado en blancas crestas de ondas espumosas, con las aguas de un hermoso color turquesa -como consecuencia del deshielo en las cumbres nevadas de los Alpes – que presurosas se dirigían  a Mandelieu la Napoule en busca del mar.

 

Mi cuñado conducía rápido y con aparente tranquilidad, como si hubiera estado subiendo a diario por esa infame y estrecha carretera, sin protecciones de seguridad, “quitamiedos”  le llaman, y con tanta razón, y en este caso debería haber estado más que justificada su existencia,  aunque lo del miedo no lo salvaba ni de coña, pues los precipicios  y las empinadas laderas se sucedían uno tras otro sin solución de continuidad y no daban respiro al vértigo que me atenazaba desde que habíamos empezado a subir, el estómago encogido y tenso todo el cuerpo, agarrado con fuerza al reposabrazos e intentando no mirar hacia los lados, solo al frente. Los arboles pasaban en una secuencia rápida, de vez en cuando nos cruzábamos con otro automóvil  igualmente rápido que bajaba de pueblo de Tanneron que da nombre al macizo, que más que pueblo es un diseminado.

 

En las laderas orientadas al mediodía empezaban a amarillear los primeros brotes de las mimosas en flor. Dentro de una semana o dos la floración de las mimosas se irá  generalizando, estamos en la famosa Ruta de la Mimosa, el paisaje conforme vamos subiendo va cambiando, el aire es más puro si cabe  y se ven  más mimosas en flor. El destino estaba cercano, una pequeña planicie  Les Oliviers y justo al salir de una curva ahí estaba la casa, un suspiro de alivio se me escapó, estábamos a salvo pensé, la prueba había sido superada con éxito, al menos por esta vez. Ahora tocaba afrontar otros retos gastronómicos no menos peligrosos: a las almendras fritas a la murciana, al boudin blanc con la manzana caramelizada, al chapón farcie al foie gras, a la bûche patisiére, a los quesos con las ensaladas, al vino de Jumilla, y al champagne  francés, como no podía ser de otra manera.

 

Más allá se vislumbraba el macizo de Les Maures y más al sur el macizo de L’Esterel que con sus acantilados rosados y su bien conservado bosque mediterráneo se precipita en las azules aguas del mar. Pero eso ya es otra historia.

 

 

Pegomas (Francia), 26 de diciembre de 2019

 

Nota del escribidor:

La ciudad de Grasse capital por excelencia de la perfumería francesa está hermanada con Murcia.

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