De la amistad…
Diario de invierno (2)
Portada de la novela
Me lo decía un amigo el otro día comentando los inconvenientes y restricciones de la pandemia: “lo que peor llevo es no poder hacer la tertulia semanal con los amigos, es lo que más echo de menos”.
Sí es una de las cosas más frustrantes y estamos coartados y limitados en nuestras reuniones, las impuestas y las asumidas libremente: en el número permitido, en el espacio, en la distancia, con los equipos de protección, las mascarillas, etc. en la convivencia y por supuesto en la conveniencia de cada uno, que tiene que ver con el libre albedrio y no con restricciones impuestas desde fuera.
Aunque también es verdad que la mayor disponibilidad de tiempo tiene su lado positivo, pues para algunos de nosotros ese tiempo que nos recortan por un lado supone el poder dedicarlo a otras actividades, como por ejemplo la lectura. Sí creo que ahora leemos más, pues llevo un año que estoy batiendo mis records de lecturas de juventud, y de ese incremento de la lectura surgen nuevas posibilidades de darte de bruces con felices descripciones, anécdotas y hermosas metáforas sobre la amistad que es de lo que va el tema.
Para mi sorpresa, en esa búsqueda de la lectura, de la obra que me merece la pena leer -intento ser selectivo y me dejo aconsejar hasta por mi bibliotecaria de barrio- cayó hace unas semanas en mis manos un libro que desconocía que existía siquiera y de un autor sorprendente por inesperado, sorprendente para y por mi ignorancia: Antoine de Saint- Exupéry, al que en mi suprema ignorancia he asociado siempre a su obra más famosa, “El principito” que lo es, pero claro que su obra, por suerte para los lectores no acaba ahí. La bibliotecaria me lo advirtió, llévate “Tierra de los hombres”, no te arrepentirás, es su mejor obra con diferencia, donde narra sus experiencias y vivencias como piloto del correo postal en aquellos primeros y heroicos tiempos de la aviación, años veinte y treinta del pasado siglo.
Y ahí me tenéis leyendo absorto el segundo capítulo, el dedicado a “los compañeros”:
“Acaso la vida nos aparta de los compañeros, nos impide pensar mucho en ellos. Sin embargo sabemos que se encuentran en algún lugar, en algún lugar ignorado, más o menos silenciosos y olvidados, ¡pero tan fieles! Y si nos cruzamos en su camino, nos sacuden por los hombros con demostraciones cálidas de alegría. Nos hemos acostumbrado a esperar, claro…
No obstante, poco a poco, descubrimos que no volveremos a oír la risa clara de aquél, comprendemos que este jardín se nos ha cerrado para siempre. Entonces comienza nuestro verdadero dolor, no lleva a la desesperación, pero sí a la amargura.
En efecto nadie ni nada podrá reemplazar jamás al camarada perdido. Los viejos camaradas no se crean. Nada vale tanto como el tesoro de los recuerdos comunes, de tantas horas vividas juntos, de tantos enfados, de tantas reconciliaciones, de los movimientos del corazón. Esas amistades no se reconstruyen. Si se planta un roble, es inútil esperar cobijarse pronto bajo sus ramas.
Así transcurre la vida. Primero nos enriquecemos, después plantamos durante años. Pero vienen los años en el que el tiempo deshace aquél trabajo y el bosque se aclara. Los compañeros uno a uno, nos retiran su sombra. Y a nuestra tristeza se mezcla en adelante, el íntimo pesar de envejecer”.
Por Dios, que hermosas palabras. ¡Que exquisitez, que lenguaje tan poético, que profundidad¡! Intentemos, luchemos, por todos los medios! que el tiempo con su implacable acoso no siga aclarando el bosque de los viejos amigos, y que los robles – en nuestro caso los plátanos que crecen a la orilla del río- no nos retiren su sombra y podamos prolongar esta segunda oportunidad, esta segunda juventud. Danos fuerzas Señor!
Murcia, 10 de febrero de 2021
“Tierra de los hombres” se publicó en febrero de 1939 y en otoño de ese mismo año fue galardonado con el Gran Premio de la Academia Francesa y con el National Book Award de Estados Unidos