Archivo mensual: febrero 2021

De la amistad…

De la amistad…

Diario de invierno (2)

Portada de la novela

Me lo decía un amigo el otro día comentando los inconvenientes y restricciones de la pandemia: “lo que peor llevo es no poder hacer la tertulia semanal con los amigos, es lo que  más echo de menos”.

Sí es una de las cosas más frustrantes y estamos coartados y limitados en nuestras reuniones, las impuestas y las asumidas libremente: en el número permitido, en el espacio, en la distancia, con los equipos de protección, las mascarillas, etc. en la convivencia y por supuesto en la conveniencia de cada uno, que tiene que ver con el libre albedrio y no con restricciones impuestas desde fuera.

Aunque también es verdad que la mayor disponibilidad de tiempo tiene su lado positivo, pues para algunos de nosotros ese tiempo que nos recortan por un lado supone el poder dedicarlo a otras actividades, como por ejemplo la lectura. Sí creo que ahora leemos más, pues llevo un año que estoy batiendo mis records de lecturas de juventud, y de ese incremento de la lectura surgen nuevas posibilidades de darte de bruces con felices descripciones, anécdotas  y hermosas metáforas sobre la amistad que es de lo que va el tema.

Para mi sorpresa, en esa búsqueda de la lectura, de la obra que me merece la pena leer -intento ser selectivo y me dejo aconsejar hasta por mi bibliotecaria de barrio- cayó hace unas semanas en mis manos un libro que desconocía que existía siquiera y de un autor sorprendente por inesperado, sorprendente para y por mi ignorancia: Antoine de Saint- Exupéry, al que en mi suprema ignorancia he asociado siempre a su obra más famosa, “El principito” que lo es, pero claro que su obra, por suerte para los lectores no acaba ahí. La bibliotecaria me lo advirtió, llévate “Tierra de los hombres”, no te arrepentirás, es su mejor obra con diferencia, donde narra sus experiencias y vivencias como piloto del correo postal en aquellos primeros y heroicos tiempos de la aviación, años veinte y treinta del pasado siglo.

Y ahí me tenéis leyendo absorto el segundo capítulo, el dedicado a “los compañeros”:

Acaso la vida nos aparta de los compañeros, nos impide pensar mucho en ellos. Sin embargo sabemos que se encuentran en algún lugar, en algún lugar ignorado, más o menos silenciosos y olvidados, ¡pero tan fieles! Y si nos cruzamos en su camino, nos sacuden por los hombros con demostraciones cálidas de alegría. Nos hemos acostumbrado a esperar, claro…

No obstante, poco a poco, descubrimos que no volveremos a oír la risa clara de aquél, comprendemos que este jardín se nos ha cerrado para siempre. Entonces comienza nuestro verdadero dolor, no lleva a la desesperación, pero sí a la amargura.

En efecto nadie ni nada podrá reemplazar jamás al camarada perdido.  Los viejos camaradas no se crean. Nada vale tanto como el tesoro de los recuerdos comunes, de tantas horas vividas juntos, de tantos enfados, de tantas reconciliaciones, de los movimientos del corazón. Esas amistades no se reconstruyen. Si se planta un roble, es inútil esperar cobijarse pronto bajo sus ramas.

Así transcurre la vida. Primero nos enriquecemos, después plantamos durante años. Pero vienen los años en el que el tiempo deshace aquél trabajo y el bosque se aclara. Los compañeros uno a uno,  nos retiran su sombra. Y a nuestra tristeza se mezcla en adelante, el íntimo pesar de envejecer”.

Por Dios, que hermosas palabras. ¡Que exquisitez, que lenguaje tan poético, que profundidad¡! Intentemos, luchemos, por todos los medios! que el tiempo con su implacable acoso no siga aclarando el bosque de los viejos amigos, y que los robles – en nuestro caso los plátanos que crecen a la orilla del río- no nos retiren su sombra y podamos prolongar esta segunda oportunidad, esta segunda juventud. Danos fuerzas Señor!

Murcia, 10 de febrero de 2021

“Tierra de los hombres” se publicó en febrero de 1939 y en otoño de ese mismo año fue galardonado con el Gran Premio de la Academia Francesa y con el National Book Award de Estados Unidos

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La senda de la liebre…

La senda de la liebre…

Historias del coronavirus (10)

El águila y la liebre

En estos últimos días en que la pandemia aprieta y que las cifras se han disparado hasta donde parecía imposible, vemos, seguimos viendo que la gente no aprende, no quiere asumir la situación que vivimos, quiere ignorar la realidad, que no es que sea triste, sino calamitosa. La tercera ola ya no es tal, sino más bien un tsunami que amenaza con superar los terribles estragos de la primera ola en mortandad, han transcurrido ya doce meses desde que empezaron a identificarse esa extraña y fuerte gripe que tenía desconcertados a los sanitarios españoles- no éramos conscientes todavía al menos no a nivel de calle – de lo que se nos echaba encima. Y el círculo se ha cerrado, la falta de restricciones en los momentos clave, la autocontención no ha funcionado (el puente de la Purísima y la Navidad) nos están haciendo pagar un alto precio y no es que no supiéramos lo que se podía desencadenar, pues el personal sanitario nos lo estaba advirtiendo continuamente con llamadas a la prudencia y al sentido común. Simplemente no estábamos por la labor y el cuerpo nos pedía marcha y los políticos cedieron a la presión.

Y he aquí los resultados. Y si a eso le añadimos la evolución del virus con las diferentes mutaciones (inglesa, sudafricana y brasileña) se han encargado de agravar la transmisibilidad y mortandad del mismo- más muertos con el mismo número de contagios-, pues ahí tenemos la tormenta perfecta. Pero seguimos sin aprender. La gente se echa a la calle como si no pasara nada, ni guarda distancias(pudiendo hacerlo) ni siguen un trayecto racional para eludir encuentros y roces (se te echan encima materialmente), siguen la mismas trayectorias que han llevado siempre como si no hubieran cambiado las cosas, son irracionales como las mismas liebres que en campo se desplazan siempre por el mismo camino, tal que han abierto y marcado sendas claramente identificables de las cuales no se salen en sus normalmente veloces desplazamientos- de tanto transitarlos la vegetación ha desaparecido- pues es lo mismo que le pasa a la gente, son incapaces de tomar esas mínimas medidas para mantener las distancias y siguen sus rutas como si nada, como las mismas liebres, que mismamente parece que van en busca de la muerte, veloces, con determinación e inconsciencia. Descerebrados.

Es curioso, pero los humanos con solo mirar a nuestro alrededor vamos a encontrarnos en la naturaleza con las pautas que nos identifican nos asimilan con los animales, con los hábitos que nos frenan y nos limitan, con las rutinas que delimitan nuestro campo de actuación, y que actúan como muros de contención de la racionalidad que se espera de nosotros, seres inteligentes y como tales precavidos, y que en teoría debemos  cuidar de nuestra integridad o lo que es lo mismo de nuestra salud.

Pues no, la cosa no está funcionando así, somos compulsivos, y funcionamos con pulsiones. La racionalidad, el sentido común y el análisis lo aparcamos a un lado, y damos prioridad a la satisfacción de unos deseos que tienen la consistencia de una hoja arrastrada por el viento y se asemejan a una estampida incontrolada hacia adelante, el subconsciente se impone a la racionalidad y queremos vivir el día a día sin pensar en las consecuencias de nuestros actos que nos están pasando factura,  y más por aquello de que todas esas restricciones de las que abominamos, coartan o limitan nuestra libertad.

Y ahora toca eso, pues el viento sopla con fuerza y la gente lucha más por vivir que por sobrevivir, aunque debiera ser lo contrario pues lo uno es incompatible con lo otro.

Murcia, 5 de febrero de 2021  

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