¿EL PICUDO ROJO…?
O las palmeras de Muher
Palmeras del Martillo o Mirador ( Muher)
Paso casi todos los días por delante de ellas, y son las únicas plantas que permanecen inmunes a la contaminación y a las plagas y sobre todo al picudo rojo, aguantan las sequías sin inmutarse y no precisan cuidados especiales como la poda de sus ramas, pues aunque las plantas de las que estoy hablando son palmeras, ciertamente son unas palmeras bastante peculiares y además están situadas en un lugar emblemático y que trae muchísimos y entrañables recuerdos para mí.
Me refiero por supuesto a las palmeras situadas en el recodo que forma el Martillo o Mirador del palacio del Obispo con el antiguo Seminario Mayor y a dos pasos de mi antiguo Instituto, el Alfonso X el Sabio de Murcia – el hoy llamado Licenciado Cascales-.
Es así que no lo puedo evitar y siempre les echo una mirada entre curiosa y admirativa, siento por ellas una especial atracción, su fisonomía me produce un cierto desasosiego, una cierta inquietud, y que tiene que ver con la manifestación de una querencia, y con el lugar, y con el mensaje estético del autor o autores, y muchísimo que ver con aquellos años de mi infancia y adolescencia, y vienen a mi memoria los ratos que disfrutábamos del recreo, aunque eso sí, difuminados y casi olvidados por el paso de los años.
Contrariamente a muchos de mis antiguos compañeros, mis recuerdos de aquellos años, son bastante imprecisos, un velo de sombras se obstina en no dejarme ver con claridad, como si una mancha macular se extendiera en esa zona, o mejor debería decir en ese tiempo de la memoria, pero aún así si recuerdo los futbolines bajo las arcadas del martillo, que alegraban nuestros juegos infantiles en una competencia feliz, al vendedor de regaliz con su haz de jugosas y aromáticas raíces a la espalda que expendía trocitos de regaliz, o bien al truhán que intentaba engañarnos con los juegos de azar, y poco más. Los recuerdos son bastante imprecisos. Pero de esa misma imprecisión me viene al recuerdo la existencia de alguna palmera en el lugar en ese mismo recodo, pero no podría precisar si verdaderamente existió, la fecha de su desaparición ni el motivo por el que desapareció.
Que poco más puedo decir sobre este tema, pero la vida continua, a lo largo de los últimos años hemos retomado las antiguas rutas y caminos de la ciudad que tan familiares nos fueron en un tiempo y que por circunstancias habíamos dejado de andar y la presencia de las palmeras ha sido como un revulsivo, nos ha condicionado y fijado al lugar, el sentir una sensación extraña al pasar bajo ellas.
Su aspecto un poco fantasmagórico pero bello, como un esqueleto de tronco de entrelazado hierro corten y sus ramas de ondulante cobre oxidado y patinado que recuerdan las antiguas espadas o falcatas ibéricas dobladas en los antiguos ritos de enterramientos de nuestros lejanos antepasados, pues si su aspecto diurno ya nos sorprende e inquieta por su fuerza, es en su aspecto nocturno y con esa iluminación especial la que acentúa esos inquietantes y afilados aspectos. Como si el espíritu antiguo de la ciudad perviviera en esas palmeras en una percepción de desierto o de oasis, recordando y reafirmando su origen árabe y se tradujera en un sentimiento de cortante corporeidad y a la vez de difusa y fantasmagórica irrealidad. Tal vez sea eso lo que te atrae de ellas.
O como dicen sus autores en una declaración de principios (Muher)
Nunca hemos buscado expresar nada raro ni nuevo, sino de un modo diferente, personal y único, la propia, sin buscar hacer obras para el público sino un público para nuestras obras.
Porque si se trata de eso, creo que lo han conseguido plenamente, al menos conmigo.
Y que extraña y metálica polinización puede haber dado lugar a la creación de otras tantas frente a la casa de Miguel Hernández en Orihuela.
Solo nos queda decir una cosa: Curiosa, bella, sorprendente e inquietante obra la de este o estos Muher.
Murcia, 8 de febrero de 2015
Nota del escribidor:
Cuando la ciudad no deja de sorprendernos.