Fantasmas…

 

FANTASMAS…

 

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Cortijo Jurado.

 

 

En estos días pasados, en que el temporal de nieve que nos ha azotado ha ido descargando con fuerza sobre nuestros campos y ciudades, y sobre todo sobre nuestras montañas dejándolas cubiertas de un manto de nieve  que los más viejos del lugar no recordaban, he recordado aquellas noches del invierno en casa de mis abuelos alrededor de la lumbre.

  

Cuando hablo de fantasmas me viene a la memoria el recuerdo de las historias de mi madre,  los fantasmas, los espíritus de los muertos, de los desaparecidos, han merodeado y han estado presentes siempre en el ámbito familiar, es algo que se puede considerar una tradición familiar. En las noches  frías del invierno la familia se agrupaba alrededor del fuego en la chimenea,  alrededor del fuego que mi abuelo había preparado con una buena troncada de leña como único remedio contra el frío que se infiltraba por los resquicios de puertas y ventanas, cuando el viento del norte soplaba  con inquietante ulular en las esquinas de la casa, y al calor de la lumbre acudían y se rememoraban las historias traídas de las consejas, leyendas y relatos mas o menos verídicos, pero siempre hermosos y llenos de misterio, que corrían de boca en boca por esos campos de pan llevar que abarcaban las pedanías del sur de la cordillera : Corvera, Baños y Mendigo, Los Martínez del Puerto, Gea y Truyols, La Tercia, Avileses y Balsicas y Sucina, y los caseríos que se desparramaban dispersos en las estribaciones  y fragosidades de estas sierras y que llegaban hasta los límites indefinidos e imprecisos donde termina el Campo de Murcia y empieza el Campo de Cartagena, si es que de alguna forma se pueden considerar como cosas diferentes y con límites, aunque para mí siempre  una forma de diferenciación ha sido la extensión y límites del cultivo del almendro. Para mí el almendro ha sido el elemento diferenciador y que habría delimitado el ámbito geográfico de ambos campos, y  también vendría marcado por los limites entre el secano y el regadío, regadío que en Campo de Cartagena ha ido  asociado a los molinos de viento y las aceñas, claro que hablo del regadío tradicional que tan poco tiene que ver con el que se da en la actualidad.

 

Sí, es extraño, porque hablo de algo que ha desaparecido ya, de un mundo que se fue difuminando por el paso de los años, que ya no existe, hablo del pasado por supuesto. Esas costumbres y hábitos ya no se dan en nuestro tiempo, las circunstancias de la vida familiar han cambiado y pasado a la historia, sus protagonistas han ido desapareciendo poco a poco y van quedando cada vez menos que puedan dar testimonio de ello. Yo lo viví en mi niñez, recuerdos difuminados quedan en mi memoria de eso, pero quién lo había vivido con intensidad, quién mantenía en su memoria el recuerdo nítido de todo ese acontecer era mi madre, ella sí, ella lo recordaba todo, como si lo estuviera viviendo, solo había que tirar del hilo de sus recuerdos, como cuando cuentas un cuento a los niños, con esa frase que empieza por “erase una vez…”. Y la historia y el relato surgía atrayente y misterioso de la tradición, y se perpetuaba en la transmisión oral.

 

Y las historias y los recuerdos brotaban con fuerza, como brota el manantial después de la lluvia. Las leyendas y consejas de los viejos se transmitían a los más jóvenes y niños y los relatos llenos de misterio, de tensión y dramatismo a veces, en las que nuestra imaginación quedaba  atrapada en aquellas noches, al calor de la lumbre y en el entorno de la chimenea. Se iban desgranando las historias de los aparecidos en la Casa Pintada, de la Casa Alta, o de los fantasmas de Lo Campuzano y de Valderas,  de la procesión de las ánimas benditas que desfilaban por el dormitorio de mi madre, de las premoniciones de mi abuela, del como se hizo presente el primo Domingo (desaparecido en la Batalla del Ebro en la Guerra Civil),  en esos extraños sucesos que se dieron en la casa familiar en Los Palacios, y como no, de los relatos sobre anécdotas e incidencias de fiestas, desastres y muertes a veces no explicados, de apariciones sin explicación racional, de epidemias como la terrible de la Gripe Española de 1918 que diezmó a  parte de la familia, dejando sus secuelas de dolor y muerte.

 

Y siguiendo esa tradición familiar siento que el vacío se produce en mi rededor, que los seres queridos (familiares y amigos) van abandonándonos inexorablemente conviertiendose también en fantasmas, que el frío gélido del paso del tiempo es más temible o terrible que el de cualquier temporal, por intenso que este sea, y que por desgracia nada  podemos hacer para ponernos a salvo o al abrigo del mismo.

 

Porque entre otras cosas todos llevamos a nuestros fantasmas a las espaldas, forman parte de nosotros.

 

 

Murcia, 25 de enero de 2017

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